jueves, 4 de diciembre de 2014

TEJIENDO HISTORIAS

TEJIENDO HISTORIAS

“VILLA ELISA”, el viejo chalet estilo inglés, se hallaba deshabitado desde hacia muchos años.
Los chicos del barrio lo miraban con recelo, y no se acercaban a él, pues se comentaba que estaba habitado por fantasmas.
Ocurrió cierta mañana, se oían murmullos y un ir y venir de personas extrañas. Se abrieron las ventanas y el perfume a azahares invadió la casona.
En el desván, como si hubiese sonado una alarma; tres pícaros duendecillos se acercaron al viejo arcón, suavemente, levantaron la tapa, y oyeron voces que entre bostezos decían-  ¡al fin terminó nuestro encierro!
El destino teje y desteje historias y los duendes decidieron reconstruir la de la señora Elisa.
El primero en salir fue el traje de novia, bastante arrugado, luego el álbum de fotos junto con un manojo de cartas atadas con cinta rosa.
Sombreros, ropa de bebé, abanicos, mantones, vestidos de encaje, recuerdos de viajes lejanos y tantas cosas más.
Una vez que estuvieron fuera, con cara de asombro, escucharon como los duendes les comentaban la novedad.
 En el frente de la casa habían colocado un gran cartel rojo, que anunciaba un remate judicial del mobiliario y otros enseres.
Los herederos de la señora se desprendían así de todo, pero lo peor sería que al comenzar la demolición, el viejo arcón iría a parar al volquete.
Todo por culpa del “progreso” se lamentaban al unísono, los habitantes de la bohardilla.
Pasó el remate, se llevaron hasta los cuadros y la vajilla de porcelana, pero nadie se acordó del desván.
Esa era una mañana luminosa, de sol, cantaba el zorzal, había llegado la primavera, pero ellos veían todo gris por la tristeza.
Sí, el fatídico día había llegado, afuera esperaba una gran grúa, con su brazo metálico, dispuesta a comenzar su tarea.
Oyeron como crujían los maderos de la escalera, se acercaba el fin.
Mamá – dijo – Elisita, me llevo el arcón de la abuela.
¡Está lleno de recuerdos y con ellos y las anécdotas de su lejana tierra, pasamos tardes inolvidables!
Por eso me gustaba tanto subir y acurrucarme a los pies de la abuela.
Los duendes se abrazaron felices, la promesa hecha a la señora estaba cumplida, el viejo arcón tenía dueño.
Ellos seguirían habitando el lugar, tenían todo el tiempo del mundo para tejer nuevas historias.

                                                                    LUISA FRONTERA

jueves, 20 de noviembre de 2014

El frasquito de loza azul

EL FRASQUITO DE LOZA AZUL

El tibio sol de abril iluminaba las tortuosas callecitas de Amalfi, cuando las recorrí por primera vez.
Lo que más me llamaba la atención era los escaparates llenos de artesanías específicas del lugar, las cuales eran compradas por la gente como recuerdo.
Una y otra vez me detuve frente a la vidriera de uno de ellos, para mirar ese frasquito de loza azul pintado a mano; tal vez, lo que me instalaba en ese sitio, era la añoranza hacia otro similar que adornaba, en otros tiempos, la vitrina del comedor de mi abuela.
La decisión fue inmediata. Entré al local y lo compré; luego, salí con ese tesoro apretado entre mis manos, y feliz, completamente feliz, fui al encuentro de mi esposo que me esperaba en uno de los típicos barcitos del lugar; y allí mismo comenzó el conflicto, ya que él, ofuscado, me recriminaba por la cantidad de objetos que llevaba comprados, indudablemente pensaba en el exceso de equipaje, y en el costo que esto traería aparejado. Yo, por mi parte, hacía oídos sordos, y seguía comprando ya que no tenía la certeza, si la vida me daría la oportunidad de volver a esa maravillosa costa amalfitana.
Ya en casa, ese precioso trofeo adornaba mi vitrina, y me gustaba verlo, porque, a pesar de los años transcurridos, volvían a mí las imágenes de aquellas callecitas tortuosas, entremezcladas con las de mi infancia y la casa de mi abuela.
Inesperadamente llegó el día fatal en que Marta, mi empleada, limpiando los  muebles, y en un descuido inocente, hizo trizas mi frasquito de loza azul.  ¡!Quedé desolada!! Como hacerle entender que mi frasquito no tenía precio, o, tal vez sí, nada más ni nada menos, que el de los sentimientos.
A la noche, muy triste y con los ojos llenos de lágrimas por lo sucedido, dirigí mis pasos lentamente hacia mi dormitorio; y, al entrar, grande fue mi sorpresa !!!
 Vi a mi esposo ( él, que tanto se enojaba por las compras que había hecho en Amalfi ), reclinado sobre la mesita de luz y con mucha paciencia, tratando de armar, pedacito a pedacito, mi frasquito de loza azul, sabiendo lo importante que era para mí.
Olvidé sus primitivos rezongos y nos fundimos en un tierno abrazo.


                                                                                 

                                                                         Luisa Frontera

El café estaba amargo

EL CAFÉ ESTABA AMARGO

De mi nacimiento no recuerdo mucho, sé que fue en Inglaterra, y de muy pequeñas mis hermanas y yo, después de un largo viaje, fuimos a parar a la vidriera de una famosa casa de vajillas importadas.
Allí nos quedamos un tiempo hasta que una señora muy arreglada se interesó por nosotras, nos miró del derecho y del revés para asegurarse que estuviésemos bien de salud y tras el pago nos llevó a su casa.
¡Qué decepción ¡ nos envolvió en papel de seda y nos encerró en un baúl.
No sé cuanto tiempo estuvimos allí pero seguramente estábamos otra vez en viaje por el traqueteo que no nos dejaba descansar.
Por fin volvimos a ver la luz, esta vez la señora nos lavó, nos secó y nos acomodó en una hermosa vitrina.
Desde ese lugar veíamos pasar la vida de la casa. Primero todo estaba en orden, luego llegaron los niños, tres en total, todos varones y se acabó la calma.
Eso sí todos los domingos, la familia se reunía para almorzar, alrededor de la gran mesa del comedor, vestida con un impecable mantel de hilo bordado a mano, sí por las propias manos de la señora. Luego era nuestro turno para lucirnos. Todos nos elogiaban, éramos las tazas de café perfectas, porcelana pura, colores nacarados, ribetes dorados y una forma ideal.
El café gracias a nosotras sabía más exquisito.
La dueña de casa no permitía que nadie se ocupara de nuestro aseo, ella personalmente lo hacía y volvía a colocarnos en la vitrina.
Así fueron pasando los años, los niños crecieron, se casaron y con el tiempo aparecieron nuevos niños. ¡Otra vez el desorden! Pero solamente cuando venían de visita.
Los domingos seguían con el ritual de los almuerzos y el cafecito con torta.
Pero había algo que no me gustaba – las nueras- así las llamaba la señora, no nos sacaban los ojos de encima.
Que éramos importadas, que no se conseguían, que el formato, que el color, la transparencia y no sé cuántas cosas más.
La cuestión que convencieron a la señora y decidieron que para preservar nuestra salud, debíamos permanecer en la vitrina.
El tiempo siguió su curso y la dueña de casa fue envejeciendo.
 Caminaba lentamente, no veía bien, el cabello se le puso blanco y un buen día se durmió en su sillón y no la pudieron despertar.
Allí comenzó nuestro calvario, al volver del Jardín de Paz, vinieron directo a la vitrina- las nueras- que me las prometió a mí, que yo soy la primera , que mejor las repartimos, que así no sirve. La cuestión que llegaron los maridos y pidieron tomar un café en las tacitas de mamá. Así volvimos a salir de la vitrina.
Al finalizar los tres al unísono dijeron, el café estaba amargo, no era como el de mamá.
En silencio, ELLAS nos recogieron en una bandeja y yo creo que fue el alma de la señora la que las hizo tropezar y provocó nuestra muerte, así nos reuniríamos en el más allá, lejos de la codicia. Realmente el café de nuestra despedida estaba amargo.


                                                    LUISA FRONTERA

jueves, 6 de noviembre de 2014

El libro de Fábulas


ORDENANDO MI BIBLIOTECA PAR VER QUE LIBROS PODÍA DONAR A UNA INSTITUCIÓN, ENCONTRÉ  EL VIEJO LIBRO DE FÁBULAS DE TAPAS ROJAS Y GRANDES GRABADOS.
 ME SENTÉ Y COMENCÉ A HOJEARLO Y ALLÍ VINIERON A MI MEMORIA LAS HORAS COMPARTIDAS CON MIS NIETOS.
HACE MÁS DE VEINTE AÑOS QUE ESTRENÉ MI TÍTULO DE ABUELA.
FUE EN EL MOMENTO JUSTO, MIS HIJOS YA ESTABAN CASADOS Y YO PADECÍA EL
 DOLOR DEL NIDO VACÍO.
EN UN PRINCIPIO NO ASUMÍ MI ROL EN PLENITUD POR EL AJETREO DE LAS MAMADERAS, PAÑALES, CHUPETES Y OTROS MENESTERES.
PASADO EL AÑO Y A MEDIDA QUE IBAN LLEGANDO LOS OTROS SOLES QUE ENTIBIARON MIS DÍAS, CUATRO EN TOTAL, COMENCÉ CON ELLOS MI COMUNICA-CIÓN CON AQUEL LIBRO DE FÁBULAS.
VEÍA COMO CORRÍAN A BUSCARLO APENAS LLEGABAN ;  NOS SENTÁBAMOS EN EL SUELO Y DE SUS OJITOS ANSIOSOS SALÍAN CHISPITAS
PASAMOS A SER CÓMPLICES DE SECRETOS, MIEDOS, MAGIA, HADAS, HECHICERAS, GNOMOS Y LOS COLORIDOS ANIMALITOS QUE HABLABAN.
CON EL TIEMPO DEJÉ VOLAR MI IMAGINACIÓN Y CONTÉ MIS PROPIOS CUENTOS, MIENTRAS ELLOS IBAN SENTADOS EN EL ASIENTO TRASERO, EN NUESTROS VIAJES DE VACACIONES.
PASARON LOS AÑOS Y ELLOS AL VOLANTE DE SUS PROPIAS VIDAS SE FUERON ALEJANDO.
ALLÍ VOLVIÓ A ESTRUJARSE MI CORAZÓN. ¿ QUÉ LUGAR OCUPARÍA EN SUS JÓVENES VIDAS?
COMENZARON ENTONCES LAS TERAPIAS, LOS TALLERES, LAS CLASES DE COMPUTACIÓN, EL YOGA;
ASÍ LENTAMENTE PASÉ DE PROTAGONISTA A ESPECTADORA DE SUS VIDAS, PERO SÉ QUE ESTAN ALLÍ Y ESE IDA Y VUELTA DE AMOR NO SE PERDIÓ, AHORA LLEGA A TRAVÉS DE UN MENSAJE DE MAIL O EN LAS ANIMADAS CONVERSACIONES DE LAS REUNIONES FAMILIARES, DONDE CADA UNO ME HABLA DE SUS PROYECTOS, DE SUS TRABAJOS Y SUS ESTUDIOS, AHÍ COMPRENDO QUE NUESTRA COMUNICACIÓN NO SE INTERRUMPIÓ; YO LES HABLO DESDE LA EXPERIENCIA QUE DAN LOS AÑOS Y ELLOS DESDE EL ÍMPPETU QUE DA LA JUVENTUD.

MIRÉ EL VIEJO LIBRO QUE TANTOS RECUERDOS ENCIERRA, LO CERRÉ Y VOLVÍ A COLOCARLO EN EL ESTANTE DE MI BIBLIOTECA.

Luisa Frontera

Un día agitado

Amanece, suena el despertador…¡ arriba!.
Mejor primero me presento, mi nombre es Lola, soy menuda, inquieta y estoy siempre atenta a los sonidos.
Y hablando de sonidos, tocan el timbre, corro al instante, pasan el diario debajo de la puerta.
Ahora ring… suena el teléfono, seguro asuntos de trabajo.
En la cocina silba la pava y el tac… de la tostadora.
El desayuno está listo, corro a buscar a los niños, el bebé llora.
Mientras el microondas con su pip, pip…nos dice que la mamadera está lista.
Tu…tuuu…la bocina del micro, los niños corren con la tostada en la mano, yo corro también para despedirlos.
Run…ruuun…ahora es el portón de la cochera, llegó la hora de ir a trabajar.
Tac, tac, tac…tacones que se alejan, vuelvo a correr para la despedida.
Silencio…que bien suena el silencio en la casa desierta.

Ahora corro a acurrucarme en mi alfombrita junto a la estufa, después de todo no soy más que Lola, la perrita, la mascota de la familia.

Luisa Frontera